Empezamos nuestro viaje desde el Puerto de la Cruz. Este nombre se le dio al pueblo de 35.000 personas en 1813. Antes de esto, se le conocía como Puerto de la Orotava, ya que desde aquí se exportaba vino de las vides de La Orotava.
La ciudad en sí no es un lugar ideal para comenzar senderismos o excursiones, pero tiene mucho que ofrecer como destino turístico. Incluso el naturista Alexander von Humboldt, que pasó algo de tiempo en Tenerife en 1799, alabó su belleza natural y escribió sobre ella:
“No hay lugar en el mundo más apropiado para desvanecer la tristeza que éste.”
Salida desde Santa Cruz de Tenerife
Dejamos atrás el pintoresco pueblo del Puerto de la Cruz con sus antiguas casas señoriales y la elegante avenida junto a la playa y nos movemos por la autopista hacia Santa Cruz.
Poco después de partir, recordamos la historia de la isla gracias a las señalizaciones que rezan “La Matanza” y “La Victoria”. En 1594 los españoles fueron vencidos por los aborígenes canarios en La Matanza, batalla por la cual recibiera su nombre. Pero, ¿quiénes eran estos nativos y cómo vivían?
Los aborígenes reciben el nombre de “guanches”, que en el lenguaje bereber significa “hijo de Tenerife”. Alrededor del 500 AC emigraron desde la costa norte de África hacia las islas. Vivían mayormente en cuevas y se vestían con pieles de cabra. Araban la tierra con palos y cultivaban trigo y cebada. Los guanches lucharon contra los españoles con palos puntiagudos de madera y garrotes. Eran granjeros y pastores, en su mayoría, aproximadamente 30.000 personas, frente a las fuerzas europeas que luchaban con sus mosquetes. Los guanches sólo tenían una oportunidad, y aún así se hicieron con algunas victorias.
La Plaza del Adelantado en La Laguna
Seguimos conduciendo y cogimos la salida “La Laguna” de la autopista. Tratamos de evitar el caótico tráfico y el tranvía para terminar en La Laguna, donde está la Plaza del Adelantado (el cual regentaba la ciudad).
Así, ya nos encontramos en el centro de eventos históricos de importancia, La Laguna, cuyo nombre se atribuye a Alfonso Fernández de Lugo. Este hidalgo era un tradicional aventurero aristocrático de Andalucía, como otros conquistadores famosos, como Cortez o Pizarro, que buscaban oro y felicidad en tierras lejanas. Pero Lugo tuvo éxito; derrotó a los guanches en 1496 y mantuvo a la isla entera bajo su poder. En el mismo año fundó La Laguna (aquí solía haber un pequeño lago, de ahí que recibiera su nombre), construyó una bella residencia y se casó dos años después, gobernando durante 29 años sobre Tenerife.
Una curiosidad sobre su esposa. Ésta era la mágica y seductiva Beatriz de Bobadilla. Recibió el apodo de “la cazadora” no sólo por ser la profesión de su padre, sino porque había sido la amante de Fernando de Castilla, más tarde se casó con Hernán Peraza –conde de La Gomera- y finalmente con Lugo. Pero también estuvo con Cristóbal Colón, que pasaba por La Gomera en su viaje hacia las Américas, y también se cuentan sus amoríos en tierras madrileñas.
La Laguna, la antigua capital de las Islas Canarias (Santa Cruz es capital sólo desde 1723) encanta a sus visitantes por sus mansiones coloniales de los siglos XVII y XVIII. Estos palacetes de magníficas fachadas poseen palmeras en sus avenidas y espaciosos patios.
Ahora dejamos la cultura de forma literal, ya que el Palacio Episcopal es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, para lanzarnos a los brazos de la madre naturaleza. El contraste entre la desbordante ciudad universitaria y el centro de negocios lagunero contra el fresco, solitario monte de Las Mercedes no podría ser mejor.
Desde el Monte de las Mercedes hacia las Montañas de Anaga
Un bosque perenne, lleno de árboles de laural y fresales, maquis, matorrales y plantas al más puro estilo de una jungla en el verde salvaje, que además gracias a los vientos que a menudo le atraviesan dejan en él una espesa neblina. Bordeando muchas curvas, sorteamos el Bosque de las Mercedes hasta llegar al pico más alto de las Montañas de Anaga (960 metros). Aquí, en el Mirador de Pico del Inglés disfrutamos de una encantadora vista del tejado color verde que nos regala Anaga, y más allá del azul turquesa del mar.
La mejor manera de conocer el paisaje es yendo de senderismo y experimentándolo con todos tus sentidos, por eso es por lo que estamos en ello, caminando a través de las Montañas de Anaga. Empezamos desde una casa vieja cerca del bosque de Anaga y vamos por un camino de ganado por el que ya los guanches en sus tiempos habían transportado material. El camino se abre paso entre las numerosas curvas, ambos lados cubiertos de árboles de laural, arbustos y líquenes. Pero sobre todo maquis que cercan el sendero a ambos lados haciendo que nada más se vea. Luego de una inclinación, la imagen cambia inesperadamente. El camino húmedo y fangoso a media tarde y con olor a humedad se vuelve seco, rocoso y de ladera inclinada. El bosque está ahora detrás nuestra, y frente a nosotros pequeños viñedos escalonados y huertos de calabaza, junto a limoneros, naranjeros y dragos.
El silencio y la soledad que nos envolvía en los bosques por más de una hora de camino ahora se interrumpen por los ladridos de un perro, los balidos de las cabras y ovejas. También vemos a gente, muy afanados granjeros, que han creado un paisaje cultural en cuyos campos las ovejas pastan.
Nos ponemos en marcha por el Barranco de la iglesia y llegamos a la plaza de la Villa de Taganana, donde el sendero de ganado acaba. En frente a nosotros se ven las brillantes aguas, acantilados rocosos, lava negra y bahía arenosa. Después de otra media hora de descenso llegamos a Playa de Roque, donde podemos nadar y comer pescado.
Ya que no tenemos una mula, dejamos atrás el sendero para el ganado y el camino de vuelta lo realizamos en un autobús.